Invectivas: palabras que hieren, ¿cómo sustituirlas?
- Il Patio delle Parole

- Sep 29
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Updated: Oct 3

Invectiva: es una palabra que leí en la portada de un periódico nacional. Me llamó la atención de inmediato y me detuve a escribir algunas reflexiones.
Ya conocía su significado, pero al leerla sentí que algo se movía dentro de mí. Fue como una repentina caída de energía, casi como si esa palabra tuviera el poder de arrastrarme hacia abajo. De hecho, eso es lo que me pasó mientras leía el artículo.
Se refería al discurso de un político internacional, una figura muy alejada de mi mundo y de mis valores.
Sin embargo, comprendí que ni siquiera yo soy del todo inmune a la invectiva, y me gustaría eliminarla de mi comunicación.
¿Qué es exactamente una invectiva?
¿Alguna vez te ha pasado que te has enfadado y le has dicho a alguien frases duras y violentas, sabiendo que le iban a herir? Y quizá, justo después, has sentido una mezcla de alivio y culpa. Pues eso es una invectiva.
Es «arremeter» con palabras, maldecir, acusar. Es reprender con dureza, denigrar, utilizando palabras ofensivas o violentas, a menudo cargadas de rabia.
En algunos casos, la invectiva puede parecer liberadora para quien la pronuncia, pero en realidad aprisiona en un ciclo de negatividad: la energía que se vierte sobre el otro vuelve amplificada, alimentando la ira, la frustración, los conflictos y las personas quedan atrapadas ahí.
Quizás creemos que es la única manera de liberarnos de una carga, pero en realidad es solo un alivio aparente, un poco como lanzar un objeto cuando estamos enfadados. En ese momento nos sentimos aliviados, pero luego nos damos cuenta del daño causado.
En el fondo,
LA INVECTIVA NO RESUELVE NADA: INTERRUMPE EL DIÁLOGO, LE CIERRA LA PUERTA Y ALIMENTA UN CICLO DE NEGATIVIDAD.
La baja vibración de las invectivas
La ciencia lo confirma hoy en día: todo es vibración, incluso nuestras palabras. Tienen una frecuencia que puede ser más alta o más baja, y no se limitan a describir la realidad: la modifican, la crean y la transforman.
Las palabras transmiten nuestra energía: llevan consigo emociones, intenciones, vibraciones que influyen en quien las pronuncia, en quien las escucha y en todo el entorno en el que resuenan.
Cuando pronunciamos palabras violentas, estamos vibrando a una frecuencia baja que nos causa malestar a nosotros y a los demás.
Bajamos las vibraciones de todos:
• bajamos las nuestras, porque nos sintonizamos con emociones de ira, frustración y rencor;
• afectamos al otro, que se cierra en defensa propia y genera un conflicto adicional;
• envenenamos el ambiente, dejando tensión, pesadez y división.
En la práctica,
UNA INVECTIVA NO CONSTRUYE NADA, DESTRUYE.
Algunas personas solo conocen esta forma de comunicación, otras la utilizan cuando la tensión emocional toma el control. Ninguna de las dos tiene en cuenta el efecto nocivo que producen sus palabras: un boomerang de hostilidad que no beneficia ni a quien lo recibe ni a quien lo lanza.

Libertad sí, pero con conciencia
Creo profundamente en la libertad de expresión. Todos tenemos derecho a decir lo que pensamos y sentimos. Pero podemos decirlo sin herir necesariamente a los demás. Podemos elegir palabras que expresen con claridad nuestros pensamientos y emociones y que, al mismo tiempo, generen bienestar, abran el diálogo e inspiren.
Cada vez que hablamos, tenemos ante nosotros dos caminos:
• utilizar palabras que evocan hostilidad, dolor y distancia;
• utilizar palabras que generan apertura, bienestar y conexión.

La elección es nuestra: ¿qué queremos activar y poner en circulación? ¿Una espiral negativa de bajas vibraciones que destruyen o un ciclo de bienestar progresivo que construye y transforma?
No se trata de «falsa amabilidad», sino de decidir no dejarnos arrastrar hacia abajo, de orientar nuestra voz hacia lo que construye. No es una elección fácil para quienes son «tranquilos por naturaleza», más bien es una elección diaria para todos nosotros, y se aprende con la práctica.
DESTRUIR O CONSTRUIR DEPENDE DE NOSOTROS.

Una alternativa: detenerse y transformar
Podemos expresar nuestro desacuerdo, nuestro dolor sin necesidad de herir. De hecho, las palabras constructivas y respetuosas tienen una fuerza mucho mayor, porque transforman en lugar de destruir.
Elegir no utilizar invectivas no significa reprimir lo que sentimos, sino proteger nuestra energía. Significa utilizar palabras que vibran en alto, que tienen poder creativo y transformador, que elevan en lugar de rebajar.
Una palabra respetuosa o amable no es débil: es fuerte, porque transforma: transforma a quien la escucha, la relación con el otro, el estado interior de quien la pronuncia.
Qué decir en lugar de una invectiva
Cuando sentimos que nos invade la hostilidad o la ira, podemos aprender a transformar la energía que nos empuja a la invectiva en un mensaje más elevado. Podemos comunicar el mismo malestar, pero sin herir.
Tienes aquí algunos
CONSEJOS PRÁCTICOS:
1. Detente un momento. Antes de responder con un ataque, simplemente respira y observa tu respiración. Esos segundos de pausa son muy poderosos para transformar una realidad hostil.
2. Transforma la acusación en una necesidad. Sustituye el pronombre «TÚ» por «YO». En lugar de decir:
«¡Eres egoísta, insoportable, no sabes escuchar!», expresa tus necesidades:
«Necesito que me escuches y me tengas en cuenta. Esta situación se repite a menudo, me pesa, ¿podemos hablarlo?».
La diferencia es enorme.
3. Utiliza palabras descriptivas, no ofensivas. En lugar de decir:
«Nunca entiendes nada, eres bien tonto»,
prueba con:
«Siento que no nos estamos entendiendo, ¿podemos explicarnos mejor?».
4. Busca un terreno común. A menudo, detrás de la ira hay miedos compartidos, necesidades comunes. Sacarlos a la luz abre un espacio para el diálogo.
5. Elige palabras que construyan. Elige palabras que construyan. Una frase como "Encontremos una solución " vibra mucho más alto que cualquier invectiva.
Son pequeñas transformaciones que no niegan el malestar, sino que lo expresan de forma constructiva. No se trata de buenismo:
ES EL PODER CREATIVO Y CONSCIENTE DE LAS PALABRAS.
Una invectiva deja cicatrices, una palabra constructiva deja semillas que siguen germinando con el tiempo, como las flores.

La sabiduría de las flores
Hay un proverbio chino que nos recuerda una gran verdad:
«En las manos de quien regala una flor siempre queda un poco de perfume».

Lo mismo ocurre con las palabras: las ofensivas siembran malestar y dolor, mientras que las amables y constructivas dejan un perfume que nos enriquece a todos.
Elegir palabras que elevan es como cultivar un jardín: se necesita mucho cuidado y práctica, pero el resultado es una energía que florece dentro y alrededor de nosotros.
¡VALE REALMENTE LA PENA!





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